jueves, 25 de agosto de 2011
Verdugo
hoy día esta muy de moda -por lo menos entre los ciclistas- el tema de los desafortunados comentarios de ángel verdugo (minúsculas) quien aprovechando el micrófono de la radio incitó a los capitalinos (D.F) a atropellar a cada ciclísta que encuentren por la calle, incluso los llamó "plagas", en lo personal este tema no tendría mayor trascendencia para mí sino es porque hoy día practico el ciclísmo de montaña y porque tengo un hijo que dentro de algunos años andará en bici, por esta razón desde este espacio y porque ya es una costumbre le decimos a verdugo: CHINGA TU PUTA MADRE!!
Chinga tu madre wey
Uno de los retos más inmediatos de la vida cotidiana es afrontar, sin perder la cabeza, a los individuos odiosos de la especie. Tú mismo puedes ser uno de ellos —para los demás, esto es— pero no hablo aquí del arte de soportar los desperfectos propios sino de la sabiduría necesaria, e indispensable, para no dejar que un majadero, por ejemplo, te eche a perder toda una mañana.
Me ha ocurrido ya, en tiempos lejanos, de apearme del coche y estar a punto de escenificar una riña callejera, digamos, con un taxista agresivo. Que llevara yo las de perder o que aquello hubiera terminado muy mal —en la comisaría, por lo pronto, y, peor aún, en la sala de urgencias de algún hospital— no era, en ese momento de obnubilación categórica, debida a una cólera todavía más absoluta, una consideración siquiera atendible. Y, más recientemente —hace un par de meses, para mayores señas— me trabé en una intercambio de ademanes gorilescos, gestos retadores y otras lindezas con una tipa que, mira tú, a quien insultaba era al taxista que me conducía luego de que éste, por evitar a un coche que le obstruyó de pronto el camino, le hubiera también taponado la trayectoria a ella. El destinatario original de las invectivas y los bocinazos no era yo, pero me sentí profundamente agraviado por la ferocidad de la mujer.
El chofer, mientras tanto, tan tranquilo y ni enterado. Reflexioné, luego, sobre la calma que mantuvo y me dije que algo había ahí, en su comportamiento, que podía yo aprender y, sobre todo, aprovechar. Una primera conclusión, muy útil, es que nada de esto —los insultos, las mentadas de madre, etcétera— es personal. Para empezar, el otro, el energúmeno, ni te conoce. No sabe nada de ti. No te ubica como un individuo particular, sino como una mera representación. Y lo segundo que pensé es que eres tú, y nadie más, quien tiene el poder de permitir que las agresiones penetren la esfera de tus emociones o, por el contrario, de dejarlas fuera. Lo he comenzado a aplicar, amables lectores. Hasta ahora, me ha funcionado.
Me ha ocurrido ya, en tiempos lejanos, de apearme del coche y estar a punto de escenificar una riña callejera, digamos, con un taxista agresivo. Que llevara yo las de perder o que aquello hubiera terminado muy mal —en la comisaría, por lo pronto, y, peor aún, en la sala de urgencias de algún hospital— no era, en ese momento de obnubilación categórica, debida a una cólera todavía más absoluta, una consideración siquiera atendible. Y, más recientemente —hace un par de meses, para mayores señas— me trabé en una intercambio de ademanes gorilescos, gestos retadores y otras lindezas con una tipa que, mira tú, a quien insultaba era al taxista que me conducía luego de que éste, por evitar a un coche que le obstruyó de pronto el camino, le hubiera también taponado la trayectoria a ella. El destinatario original de las invectivas y los bocinazos no era yo, pero me sentí profundamente agraviado por la ferocidad de la mujer.
El chofer, mientras tanto, tan tranquilo y ni enterado. Reflexioné, luego, sobre la calma que mantuvo y me dije que algo había ahí, en su comportamiento, que podía yo aprender y, sobre todo, aprovechar. Una primera conclusión, muy útil, es que nada de esto —los insultos, las mentadas de madre, etcétera— es personal. Para empezar, el otro, el energúmeno, ni te conoce. No sabe nada de ti. No te ubica como un individuo particular, sino como una mera representación. Y lo segundo que pensé es que eres tú, y nadie más, quien tiene el poder de permitir que las agresiones penetren la esfera de tus emociones o, por el contrario, de dejarlas fuera. Lo he comenzado a aplicar, amables lectores. Hasta ahora, me ha funcionado.
miércoles, 3 de agosto de 2011
AL TIEMPO
Hace ya algunos meses que no me daba una vuelta por este espacio creado escencialmente para expresar mis rabietas e inconformidades, pero también para hablar de temas debatibles y porque no de repente cuestiones más sentimentales, empero hacia tiempo que no me aparecía por aquí debido a que el mundo fáctico me absorve de manera tal que no había pensado en escribir algo y eso que existen bastantes temas de que hablar, en fin, procuraré ya no dejar abandonado este espacio
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